Páginas

6 oct 2011

Uruguay de mis amores!

Montevideo hermosa. Chiquita, histórica, rica. El Río de la plata tan vasto como un mar. Ciudad de costa, viento y amor... gente paseando, gente trotando, gente tomando mate y conversando. Paseamos mucho con esa tranquilidad de quien sabe que va a volver pronto.





Eso sí... la urgencia de conocer y probar todo lo típico de la ciudad. Pizza con faina, pancho o frankfurter, mate con bizcochos para el desayuno, el supremo, gigante, especial, super chivito canadiense, alfajor de dulce de leche, medio y medio, lemeyum, torta frita. Si sabíamos que volveríamos no se porqué comimos tanto y todo de una vez. Comíamos con hambre de conocer porque hambre real de estomago solo sentimos el primer día.





 

De noche salir a pasear por las callecitas adoquinadas de Punta Carretas y buscar un restaurantcito para cenar. Sin querer encontramos El Viejo y Querido, lo más tierno; un café almacén divino y especial. De tarde sirven el té y a la noche se come riquisimo. Tomamos vino, comimos empanaditas y brusquetas. Volveríamos siempre! 



 

Otro lugar para volver: La Pasionaria. Un edificio antiguo, detrás del Teatro Solís en la Ciudad Vieja, convertido en un espacio genial. Una tienda de diseño industrial, una librería específica, una boutique, galería de arte y El Beso... un café - restaurant divino y delicioso. Comidas frescas y pastelería para el té. Recomendadísimo. 





Despues de cuatro días paseando por Montevideo agarramos viaje hacía el mar, alquilamos un cochecito perfecto, preparamos el mate y salimos con frío y lluvia, destino a Piriapolis. Carrasco fue nuestra primera parada para conocer y de paso, desayunar. Cafecitos, tiendas, restaurantes y bares geniales. Casas hermosas e imposibles. El desayuno en Panteca; vigilantes, medialunas y bizcochos, café, galletitas y sandwichitos. Ahora si, listos para seguir ruta.





Piriapolis toda cubierta de nubes. El hotel argentino imponente, el hotel suizo abandonado, el mar oscuro y helado, el cerro con vistas increibles. La ciudad con aire melancolico y fantasmal de las ciudades de verano en invierno. Solo un par de restaurancitos abiertos. Comida de mar y vino. Memorable.



 

Dormimos en Biarritz con lloviznita, mucho frío y diez frazadas. Al otro día, de regalo, un día celeste, tan limpio y tanto sol hermoso y calentito que hizo que todo cambie de color y humor. La melancolía cedió el paso a la alegría y la energía. Pocos días tan hermosos como uno con frío y sol. Preparamos el mate obligado y seguimos viaje hacía Punta del este. En el camino, Punta ballena se impuso con sus paisajes de rocas y mar y Casapueblo majestuoso. El aterdecer no necesita palabras.





Punta de Este apareció con sus kilometros de playas amplias y mar hermoso. Tantas opciones para comer, comprar y pasear. Tantos hoteles y casas impresionantes. Metros y metros de jardínes exuberantes. El puerto con su caracteristico olor a mar y los osos marinos a la espera del almuerzo que le sirven los pescadores. Nos quedamos dos noches en L'Auberge; un hotel cálido, con montón de historia, tanto verde y desayuno para recordar. Y para merendar, panqueques con dulce de leche y helado en La Pataia, inigualable.





El último día llegamos a José Ignacio, un pequeño balneario cerquita de Punta del este. Cada día era más lindo que el otro, cada lugar también. Este balneario tiene un encanto especial. Tomamos vinito blanco fresco en el sol y picamos unos pescaditos fritos deliciosos. El faro da una sensación de isla lejana. Mucha paz.





Ya extrañamos.


1 comentario:

  1. Me emocioné tanto,¡cómo estiran las raíces!!!!!cada vez más....cuánto te quiero paisito!!!!

    ResponderEliminar